Monseñor Piris, Obispo de Lerida, es un Ladron




EL Obispo Piris, de Lerida, es un ladrón


domingo, 2 de noviembre de 2008

Un Obispo afrancesado




Monseñor Santander, un obispo afrancesado
Juan Antonio Gracia Gimeno


LA DECIDIDA, espléndida e incuestionable contribución de la Iglesia de Zaragoza durante los Sitios se vió empañada por las actuaciones del que era arzobispo titular y del prelado que, en su nombre, actuaría como obispo auxiliar y gobernador eclesiástico la diócesis cesaraugustana.

Afortunadamente, el Cabildo Metropolitano, las parroquias, los religiosos y los miembros de las asociaciones católicas supieron suplir con su ayuda económica, su esfuerzo heróico y su lucha en el campo de batalla el desastroso ejemplo que ofrecía la suprema autoridad eclesiástica de la ciudad. No cabe duda de que los dos jerarcas constituyen una estampa odiosa en los fastos de nuestra independencia.

Vale la pena conocer esta triste historia con más detalle.

En 1808 era arzobispo de Zaragoza don Ramón José de Arce. Nacido en Seya(Santander), su carrera fué ciertamente vertiginosa.

A los 45 años era ya arzobispo de nuestra archidiócesis, pero antes había desempeñado una cátedra en Alcalá, había sido canónigo de Córdoba y Valencia y había ocupado la sede episcopal de Valladolid.

El 1 de agosto de 1801 hacía su entrada solemne en la ciudad, en la que permareció muy pocos días, ya que enseguida marchó a Madrid, sin que volviera jamás. Hubo en su toma de posesión un detalle que reveló cuán lejos estaba su corazón de los sentimientos del pueblo que debía pastorear, penetró en el templo del Pilar y siendo
invitado, según la costumbre inmemorial, a que venerase la imagen de la Patrona de Aragón, se negó a besarla. Quizás sea este el único dato que puede apuntarse de la brevísima estancia de este prelado en Zaragoza, ya que, como dije, unos días después, marchó a Madrid, sin que los zaragozanos pudieran contar con su ayuda en los dramáticos días de los dos asedios.

Arce fué un afrancesado integral. Maestro en intrigas, las utilizó cuanto pudo para apartar de la causa española a quienes en Zaragoza habían prestado un juramento que sólo podía cumplirse matando o muriendo.

Como su ausencia debía ser indefinida, necesitaba el arzobispo una persona que pensara como él y que fuese su propio brazo en el gobierno de la Iglesia zaragozana. Para elló, se sirvió de un capuchino, fray Miguel Suárez de Santander, a quien consagró obispo nombrándolo auxiliar suyo y gobernador del arzobispado. Ya puede suponerse que el nuevo monseñor fué hechura de su protector en su afrancesamiento, en sus intrigas y en su desinterés por la gravísima situación de la ciudad.

Como si presintiera lo que iba a succeder, salió de Zaragoza el 22 de abril de 1808, permaneció oculto en los lugares más recónditos de la provincia de Teruel y no volvería a las orillas del Ebro has- ta que, tomada la ciudad por los franceses y llamado por ellos, vino para cantar las victorias de los enemigos de los aragoneses, convertirse en un desdichado ejemplo de lo que no debe ser un obispo.

Apoderados los franceses de Zaragoza por la capitulación del 20 de febrero de 1809, el mariscal Jean Lannes, duque de Montebello, llamó rapidamente al obispo Santander que, a la sazón, se encontraba en la localidad turolense de Valdealgorfa. Tomada la ciudad de Alcañiz y, por consiguiente Valdealgorfa, barrio entonces de Alcañiz, en el mes de enero, se consideraba como un súbdito francés, “como debe serlo –según palabras suyas– un ciudadano honrado”.

Era el 3 de marzo cuando Santander volvía a Zaragoza tras una injustificada ausencia de más de dos años. El mismo describe así su entrada en la ciudad: “Entré de noche en Zaragoza y con gran dificultad por las anchas cortaduras, profundas zanjas y caminos cubiertos que interrumpían el paso. Visité el templo del Pilar con espanto, al verlo solo y con una fetidez inaguantable, la cual se percibía también por las calles, plazas y casas. Provenía ese hedor de la peste, enfermedades, inmundicia y de la multitud de cadáveres que se apilaban por la noche delante de las puertas de las iglesias, para llevarlas en carros a los cementerios cuando pudieran”.

Una de las razones que movieron al mariscal Lannes a hacer venir al prelado fue el deseo de que Fray Santander autorizase con su presencia la gran fiesta del 5 de marzo, fecha escogida por el duque para hacer su entrada oficial en la ciudad.
El obispo auxiliar desempeño con absoluta sumisión su triste papel: él entonó el Tedeum de acción de gracias por la victoria francesa; él predicó la necesidad de someterse a la voluntad del ocupante, y él fué quien recibió en sus manos el juramento de obediencia y fidelidad al rey Jose I que la capitulación imponía a los funcionarios y a las autoridades.

Desde aquel día hasta abandonar los franceses la ciudad, Santander convirtió el púlpito del Pilar en tribuna de la que brotaron las más odiosas palabras contra la causa española.

No desperdiciaba ninguna de las ocasiones que se le ofrecían para dar fé de su afrancesamiento. Todas las fechas eran buenas. Y así habló desde el Pilar a favor
de las tésis napoleónicas los días de Napoleón y de su hermano José; en el aniversario de la coronación de Bonaparte; en el día del matrimonio de este con María Luisa; el día del nacimiento del hijo de Napoleón; con ocasión de la entrada de los nuevos generales en Zaragoza; a propósito de las conquistas dentro y fuera de España, a saber, Ratisbona, Cadrete, Belchite, Alcañiz, Ocaña, Tortosa, Moscú,
Salamanca, etc. Su comparecencia en el templo mariano era la gran ocasión que no desaprovechaba para elogiar las glorias napoleónicas, proclamar la legitimidad del Gobierno intruso y gritar contra los heróicos defensores de Zaragoza.

Los franceses correspondían al obispo con la abundante concesión de honores. Pero cuanto más honores acumulaba, menos le correspondía el afecto de su pueblo. Le detestaban los clérigos. Le aborrecía el pueblo. En numerosas ocasiones fué amenazado de muerte.

El 1 de junio de 1813 se encontraban a las puertas de la ciudad las tropas españolas capitaneadas por los mariscales Durán y Espoz y Mina. Cundió el pánico entre franceses y afrancesados, hasta el extremos de que centenares de personas se disponían a huir. El general Peris, gobernador de la plaza, solo concedió licencia a Santander y los que hubieran de acompañarle. El obispo que huía abandonando su grey remitió un oficio al Cabildo notificándole la marcha y autorizándole para nombrar un gobernador de la diócesis. El Cabildo se apresuró a enviar una embajada para con una buena dosis de ironía “felicitarle” con motivo de su viaje.

El 3 por la mañana, entre las tropas del general Cloisel, restos del ejército de
Masena, salía Santander camino de Francia, a caballo, vestido de paisano y tocado con sombrero apuntado, según dicen las crónicas.

Permaneció muchos años en el país vecino. Al final de su vida, regresó a España, retirándose a Santa Cruz de Iruña, donde murió el 2 de marzo de 1831, a los 87 años de edad.

El arzobispo Arce y su auxiliar Santander componen dos figuras eclesiásticas llenas de contradicciones y debilidades. Nefastas en el histórico acontecer de los Sitios de Zaragoza. Las más infortunadas, tal vez, de cuantas integran el largo y brillante episcopologio cesaraugustano.

Venturosamente, como ya dije, la penosa y triste actuación de estos dos prelados, no puede oscurecer a la gran contribución de la Iglesia aragonesa a la causa de los Sitios.

Juan Antonio Gracia, Canonigo del Pilar

NOTA
Efectivamente. El clero TODO estuvo luchando codo con codo con el pueblo, prestando toda su ayuda, prueba de ellos que despues de las Capitulaciones esa misma noche los franceses haciendo gala de esa nobleza tan caracteristica de ellos, cogieron al padre Sas de la parroquia del Gancho y al padre Boggiero Escolapio, se lo llevaron con engaños a dar una vuelta por la ciudad y los mataron a sangre fria tirando en la noche oscura de aquel febrero de 1809 sus cuerpos al rio Ebro por el Puente de Piedra, sus manteos agarrados auna roca hizo de testigo mudos a los zaragozanos para saber la forma tan elogiosa de los nuevo gobernantes que iban a regir la ciudad en unos años, que parecieron siglos.

No hay que negar la finura y la elegancia de cumplir los pactos y en dar los francess los paseillos a personas que les estorbaban

P/D
Desde Religion digital don Antonio Lasierra me indica muy amablemnte que hay un error en la trascripcion del articulo. Por lo que paso a rectificar para que sea más excato agradeciendo9le a Don Antonio la deferencia de leerlo y de hacerme la observacion
Dice asi: A Ramón José de Arce, Arzobispo de Zaragoza de la época de los Sitios, lo hace provenir de Valladolid, cuando en realidad provenía de Burgos. Fue además Inquisidor General y Patriarca de Indias

Un saludo

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